
Autor: Market Doc
Se celebró ayer en Madrid un curioso evento cuyo nombre lo dice todo: “La fiesta del orgullo friki”. Al parecer, la palabreja esta proviene del inglés “freak”, que siempre ha significado “raro”, pero tendente hacia la marginalidad. Aquí la hemos debido de mezclar además con otra chorrada pronunciada igual que se puso de moda por un programa de televisión sobre fútbol (“El Friqui”). Es esa ocasión, “friqui” sería la versión española de la voz inglesa “Free quick” (es decir, “libre directo” que es, en fútbol, el saque de una falta sobre la portería contraria), y no tiene nada que ver con lo anterior.
Los ahora llamados “frikis” son individuos cuya afición desmesurada por un tema, normalmente bastante novedoso (los juegos de rol, la ciencia ficción, la animación japonesa...), los aparta de las formas convencionales de comportamiento social dentro del grupo en el que las estadísticas los incardinan, según los indicadores habituales (clase social, edad, sexo, ámbito geográfico, etc.). Como fenómeno, este de los “raritos” es netamente urbano, fruto de la globalización de la cultura y del paradójico aislamiento que, en las ciudades, vive el individuo dentro de la masa. Ni que decir tiene el gran acicate que la popularización de internet ha supuesto para estos “monstruos”.
Es famosa ya la anécdota de aquella fiesta en la que alguien presentó a dos individuos tan dispares como José Ortega y Gasset y el famoso torero Rafel Gómez “el Gallo”. El matador, que al parecer era un tipo bastante simpático, le preguntó al filósofo sobre la materia concreta de su trabajo. Ortega le contestó que era “catedrático de Metafísica”. El Gallo, no contento con la contestación, quiso saber más, preguntando en qué consistía eso de la “metafísica”, explicándole Ortega que no era otra cosa que “el estudio del ser”. Para entonces, el diestro, que ya estaba suficientemente impresionado, exclamó algo tan lapidario que ha pasado a la historia: “Hay que ver: ¡Hay gente pa’ to’!”.
Pues sí. La verdad es que hoy día nos seguimos sorprendiendo con las aficiones de algunos por asuntos que ni hemos oído mencionar, resultando aún más increíble cuando estas personas, gracias al avance de las comunicaciones, son capaces de asociarse y reunirse, formando grupos extensos. Pero los “frikis” van más allá, pues hacen de su afición un concepto central en su vida, mostrando actitudes que se pueden calificar de infantiles o más propias de adolescentes que de personas adultas (siempre a los ojos de lo que se entiende por “normalidad”, claro). Por eso, se les designa con el adjetivo de “raros”, al salirse sus comportamientos de lo habitual.
Pero, aunque sea verdad que hay “gente pa’ to’”. ¿Qué induce estos comportamientos tan extraños (además del ya referido aislamiento urbano y del auge de internet)?
Es un hecho que nuestra sociedad resulta cada día más uniforme en cuanto a los modelos de éxito y patrones de reconocimiento social, uno de cuyos aspectos más visibles es el de los hábitos de consumo. Esto es un indudable fruto de la globalización, o lo que en otra época se llamaba el “american way of life”. Hoy día, el modelo de referencia de la clase media española consiste en vivir en chalets adosados, conducir un todoterreno (cuando paradójicamente, todo es asfalto), acudir a pasar el día a los grandes centros comerciales (convertidos en “el núcleo” de ocio y compras) etc. Todo un fenómeno nuevo para este país, que emula los modelos americanos, ya extendidos por el mundo entero. Además, el éxito social parece radicar en acercarse lo más posible a ser alto, delgado, extrovertido, permanentemente joven y, si es posible, famoso (vean si no las últimas estadísticas sobre la respuesta de los niños europeos a la pregunta “qué quieres ser de mayor”. Futbolistas y modelos, por abrumadora mayoría). En la vida adulta, cuyo inicio está en la adolescencia, la necesidad de demostrar el éxito sexual constituye un factor de presión añadido, al que no todos pueden responder de igual manera (baste para comprobar este hecho uno de los “derechos inalienables del friki”, hechos públicos con motivo de la fiesta y que reza así: “Derecho a no tener pareja y ser virgen hasta la edad que sea”).
La realidad es que la sociedad impone unos patrones de comportamiento concretos, premiando a quien se integra en ellos y castigando o expulsando a quien no lo consigue. Como cumplir con estos patrones no resulta igual de fácil para todos, aquellos que lo tienen más complicado pueden, o bien esforzarse mucho o bien desistir, es decir decidir que no van a soportar más la presión y optar por el aislamiento. Sin embargo, la necesidad de pertenencia a un grupo y de conquistar el éxito social no desaparece por haber desistido conscientemente. El instinto sigue aguijoneando (pues en el fondo estamos tan bien construidos como seres sociales, que el aislamiento no forma parte de nuestra programación), de tal forma que la única opción es la de cambiar las reglas del juego, refugiándose en una realidad distinta donde el individuo encaje a la perfección. De ahí que la afición de la mayoría de los “frikis” consista en algún tema fantástico, como los juegos de rol (donde permanentemente se representa un personaje inventado) o la ciencia ficción. Si además, esto no sólo es compartido por muchos otros (con los que se ha logrado contactar), sino que se convierte en un nuevo patrón de éxito social dentro de ese grupo, el círculo se redondea.
El siguiente paso sería, claro, afianzar ese nuevo patrón delante de la sociedad en general, a la que se le guarda bastante rencor (por qué no decirlo). Esto ya lo ha conseguido el colectivo homosexual, quintaesencia de grupo oprimido. Y en ese ejemplo se mira esta iniciativa curiosa, calcando hasta el nombre de la fiesta reivindicativa.
En fin, cosas curiosas de este bravo nuevo mundo.